Empiezan los fríos y con ellos llega la temporada de sopa. Sopa al mediodía y a la noche. Sopa de fideos grandes, de municiones o de cabellos de ángel. Sopa hasta en la sopa. Y me canso de la sopa...
No es que odie la sopa, sino que odio comer sopa cada día, en cada comida. Porque la sopa de mi mamá no es la sopa que me gusta. Extraño la sopa de mi abuela, esa espesa que me hace recordar a los viajes a su casa en mi niñez.
Y también odio la temporada de la sopa porque mi papá es de esas personas que para tomar sopa hacen todo el ruido que pueden. Porque él no lleva la cuchara a la boca, se acerca a la cuchara y chupa la sopa, haciendo todo tipo de ruido molesto. Mi papá es como los de la publicidad de fideos, hace ruido, picotea de la bandeja, etc. de cosas molestas. Incorregible.
Y así, en cada temporada de sopa, con cada plato de sopa, me siento un poco como Mafalda.
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