Hoy me subí al colectivo.
Pagué mi boleto.
Me senté.
En la fila de asientos solitarios.
Miré el número del boleto.
Calculé la diferencia al capicúa más cercano.
Saqué un libro y me puse a leer.
Nuevas viejas letras rusas, con acento a Gógol.
Cada tanto subía la mirada y calculaba mi ubicación.
Viaje largo, como nunca.
Marqué la página.
Con una tarjeta de Editorial Común.
Acercándose el destino, cerré el libro.
Calculé las cuadras.
Me bajé.
Me perdí.
Y me sentí muy Akakiy Akakievich.
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